jueves, 25 de marzo de 2010

Pecados del dios prepotente

Seguramente él tenga algo de culpa, porque cada uno es responsable de sus actos. Pero le hemos venido alimentando el ego desde hace año y medio. Por mucho que uno trate de ser humilde, si millones de personas se arrodillan a tu paso a través de las ondas hertzianas, de los rayos catódicos, de las crónicas de prensa, si en un teatro los actores cambian el texto de la obra para pedirte que renueves, si 100.000 almas lloran de gusto al ver tu obra... es muy probable que te vuelvas loco y te creas, de verdad, el mesías. O al menos, en posesión de la verdad... o quizá, simplemente, con un argumento de autoridad superior al de los que te rodean. ¿No te respetan tanto todos? Pues será porque lo haces bien, porque te lo has ganado, y los números, además, lo dicen. No sólo lo haces bonito y elegante, es que además arrasas.


El Barça nunca ha sido así. La prepotencia era el pecado del Madrid. La soberbia es un pecado que nace del exceso de humildad. El público del Bernabéu aplaude más el sudor que la virtud y vibra más con una carrera desesperada e inútil por un balón que se escapa que por una virguería técnica igual de inútil. Ésa es la esencia del Madrid, y por eso, pese a que los medios no hagan caso a aquella generación, los madridistas de más de 35 años siguen recordando más a Camacho y Santillana que a Butragueño y Martín Vázquez. Juanito antes que Míchel y Stieleke por delante de Sanchis hijo. Es así. Y de esa superioridad histórica basada en la lucha constante, de ese mérito indudable fundado en no rendirse nunca, nace una sensación de que puedes mirar a los demás por encima del hombro. No te esfuerces, que por mucho que juegues, yo pondré mi calidad y, además, le echaré testosterona... te ganaré. Y, al final, llega un día en que malcomprendes eso, al menos un rato, y se te escapa en público un "me lo merezco" con el que todo el mundo está de acuerdo, pero que todos coinciden en que deberías haberte callado.


Después de ese desliz puntual de un grandísimo jugador más arriba citado, lleno de valores y admirable tanto dentro como fuera del césped, el Madrid tardó mucho en recuperar su esencia. Curiosamente, hasta la temporada en la que ese genio lo dejó. Mal que nos pese escribirlo.


A Guardiola le está pasando lo mismo. Malcomprende la admiración que tenemos por él y confunde su pose de humildad con humildad verdadera. Cree que todo lo que diga tendrá el sello de la modestia desde la que se ganó su enorme prestigio y abusa de ello

¿Que Clos Gómez miente en el acta? No lo sabremos nunca. Pero el árbitro, como autoridad, tiene presunción de veracidad en lo que escribe en el acta. Es necesario. Alguien ha de tener esa prerrogativa, como los policías en la calle. Y, por eso mismo, cuando a un trencilla se le pille en un renuncio habrá que ser extremadamente más duro en la sanción con él que con otro actor del mundo del fútbol. Pero si el entrenador del Barça (ojo, digo del Barça) es capaz de decir que un árbitro ha mentido (ojo, digo ha mentido) en un acta, debe poder probarlo. Si no, debe ser castigado duramente, y no con un expediente que quedará en agua e borrajas.


Ya venimos diciendo en este blog que Xavi o Iniesta están cayendo en la autocomplacencia últimamente. Desde cierta suprioridad que les hemos alimentado desde los medios y en cuya trampa ellos han caído, se refieren a las cosas del Madrid, a las cosas de los árbitros, hablando en tono papal. Y ayer Guardiola, socarrón, reconoció que su equipo saltó más tarde al campo tras el descanso en su duelo ante Osasuna, porque "se le calentó la lengua"... El colegiado mandó avisar varias veces a los azulgrana mientras, humillado en su autoridad, esperaba en el centro del campo, junto a los osasunistas, cuyos músculos se enfriaban (al tiempo que a Camacho, en el banquillo visitante, algo se le calentaba). Ese desprecio es síntoma de lo mismo que decíamos antes


Alguien debería decirle: "oiga, señor Guardiola, es nuestro campo, pero durante el partido manda el del silbato. Y usted obedece. Y si le ordenan llamar, usted pide disculpas y manda a sus jugadores escopetados al terreno de juego..."  A no ser que Velasco Carballo haya mentido también en su acta al decir que usted les hizo esperar, o al decir que los mandó llamar. A lo mejor fue eso.


periodistaycolegiado@elmundo.es

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