Dice Cesc en Marca que él se lo pasa bomba en Navidad jugando al fútbol. Y no lo hace con los colegas en el patio de su casa de Barcelona, lo hace ante de decenas de miles de ingleses ávidos de diversión en vacaciones. Y añade que le gusta jugar en Navidad y que no por eso las celebra menos que los demás.
Qué carajo nos pasa. Aquí en este país confundimos las cosas muchas veces. El fútbol es un espectáculo y el objetivo de todo espectáculo es entretener a la masa, darle lo que pide. Cuidar al espectador. Para ello se necesitan protagonistas que lo sepan entretener. Y si un circo quiere los mejores payasos ha de pagarles mucha pasta, más que el de la competencia. Hay que cuidarlos, que se sientan cómodos para que puedan dedicar todas sus fuerzas a su trabajo.
Pero una cosa es cuidarlos y otra, fomentar los caprichos. Aquí, para que estén cómodos les damos vacaciones por decreto. Todos los años. Cuando Benzema dice sí a Florentino, que lo fue a convencer a su casita de Lyón, ya sabe que tiene libre la semana de Navidad y monta sus días en Isla Reunión con los colegas. Nos alquilamos un Lamborghini y un Porsche y flipamos, ¿que no?
En lugar de pensar que el fútbol es la pera, que es divertido, que te mantiene en forma, que te hace famoso, que la gente se enamora de tu figura, que te pagan una leña espectacular por todo eso y que, quizá por tal razón le debes algo al fútbol y a los futboleros... en vez de eso, llamas a la agencia de viajes para que te lo preparen todo, que son unas fechas muy señaladas...
Ése es el fútbol que tenemos, un fútbol que mueve miles de millones de euros pero no piensa en quien los paga. Un fútbol que te venden en Navidad para que lo regales empaquetado, porque los responsables (irresponsables) quieren más dinero, para gastárselo rápido... o para tapar agujeros, porque ya lo invirtieron a cuenta antes de ganarlo, hace unos años, para comprar otra estrellita que se iría de vacaciones en Navidad.
Ni los dirigentes de los clubes (a los que nadie pide responsabilidad de sus desmanes), ni las autoridades políticas (recordemos aquella Liga de 22 que fue la solución ideada por un Gobierno cobarde que no se atrevió a cumplir la ley y descender a Sevilla y Celta), ni los representantes (que mueven los contratos y a los contratados de un lado a otro), ni los jugadores (que se escudan en eso de que son jóvenes y ricos para comportarse como niñatos), ni los comités (que se van de puente cuando es fiesta en Madrid en lugar de servir a la competición que gobiernan), ni los colegiados (que han alcanzado la Primera División en medio del mamoneo del mundo arbitral y saben a quién no hay que molestar), nadie...
Ni los periodistas, que hinchan globos y exageran declaraciones para vender periódicos y ganar audiencias. Nadie tiene interés en un fútbol serio, pensado para el espectador.
El que se vende como un fútbol de oro es uno metido en el cofrecito de un rey mago que fue el tipo más jeta que ha pasado por la Liga española. Así se explica que Romario fuera contratado por dos equipos españoles en su época y en ninguno inglés. Y que Cesc siga pasando las Navidades jugando al fútbol para el Arsenal.