
Sali sabía por qué lo decía. Desde su otro lado de la ventanilla se pasó años dándonos a todos nuestro nombramiento, la octavilla donde aparecía nuestro nombre, nuestro código, el encuentro para el que estábamos designados, el campo donde se celebraba el choque y el dinerito (desglosado por conceptos) que nos iba a corresponder.
Decía que Sali lo sabía. Él sabía aquello porque nos conocía a todos. Decenas, cientos de árbitros de todo pelaje pasábamos por su ventanilla cada jueves (algunos incluso lo dejábamos muchas veces hasta los viernes, porque nunca hemos dejado de ser un desastre). Él mantenía una breve conversación con cada uno. Siempre pensé que nos conocía bien, a su manera, desde su silla, rollizo como era, fumador empedernido, barbudo, grandote, siempre pensé que trataba a cada uno como cada uno pedía. Yo era un adolescente cuando lo conocí; no era casi ni un joven cuando se fue.
Porque Sali y cada colegiado que le decía ese jueves (o viernes) buenas tardes, por favor, me das mi nombramiento, sabíamos que los héroes verdaderos son los que esa semana, como todas, habían sacado dos horas un par de días tras el trabajo o después de estudiar para ir a entrenar con su equipo de Regional, para darle rienda suelta a su fútbol aficionado y tosco a veces. Los héroes son siempre los futbolistas, los profesionales o los amateurs. Los de 12 añitos y los que con casi 40 y algún diente mellado tienen más oficio que fútbol y más malicia con el árbitro que toque de balón.


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(Y) ...curioso. Cuando el Colegio de Árbitros de Madrid se modernizó y dejó las viejas instalaciones de López de Hoyos 141 para irse junto a la Federación Madrileña a un edificio nuevo en Vallecas, el viejo Sali empezó a irse. Al otro lado de la ventanilla apareció la simpática sonrisa de Roberto. Yo duré poco más por allí pero creo estar seguro de que Rober también lo sabía.
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Gracias al que ha pinchado en ME GUSTA. A mí me gusta que os guste. No sabéis cuánto
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